Con todo el dolor de mi corazón, te dedico estas líneas a ti
querida Robledo. El cruel destino quiso apartarte de mi lado el pasado treinta
de junio, a los cincuenta y nueve años recién cumplidos. Te has marchado para
siempre, pero lo felices que hemos sido durante cuarenta y dos años, y lo mucho
que nos hemos divertido y disfrutado, eso ya no nos lo arrebata nadie. Gracias
por ser una gran mujer y una excelente madre y esposa. Gracias por todo lo que
me has dado y enseñado, y gracias por todos estos años de cariño que me has
regalado. Lo que nosotros hemos compartido muy pocas parejas lo llevan a cabo,
porque hemos sido uña y carne el uno con el otro. Me has dejado un inmenso
vacío, y si el día tuviera treinta horas
las treinta horas me acordaría de ti. Ya no volveré a disfrutar de tu
buen humor, y de esa risa tan contagiosa que me hacía feliz tanto a mí como a
todos los que te rodeaban, pero el destino ha querido separarnos para siempre.
Sé que la vida continua, y tú querrías que me divirtiera y fuera feliz, pero ya
nada volverá a ser lo mismo faltándome tú. Yo te juro por lo más sagrado que
aunque viviera cien años, ninguna otra mujer podría ocupar tu puesto, porque tú
has sido mi único y gran amor, y nadie puede superarte ni reemplazarte. Te
conocí cuando tenías tan solo diecisiete años y todo este tiempo junto a ti, ha
sido lo más hermoso de mí vida. Me quedan muy bonitos recuerdos, pero hasta
ahora todo es dolor y tristeza. No eras ni de religiones ni creencias, como
tampoco lo soy yo, pero sé que estés donde estés tu alma siempre estará conmigo,
para guiarme y aconsejarme como lo hiciste en vida. Porque ahora más que
nunca necesito de tu ánimo y optimismo.
Gran parte de mí vida se ha ido contigo, porque aparte de ser mí mujer has sido
de las mejores personas que he conocido.
Gracias por todo lo que me has dado cariño y hasta siempre amada
Robledo.