SER CHIVO EXPIATORIO.
Entre los antiguos judíos era
práctica ritual que el Gran Sacerdote, el Día de la Expiación,
pusiese las manos sobre la cabeza de un macho cabrío, el Azazel,
imputándole todos los pecados y abominaciones del pueblo israelita.
Tras esta ceremonia, el macho era devuelto al campo, en el valle de
Tofet, donde la gente le perseguía entre gritos, denuestos y
pedradas. Por analogía, entre nosotros se denomina “chivo
expiatorio” a aquel sobre
quien se hace recaer toda la culpa de una falta colectiva.
ARMARSE LA GORDA.
La Revolución unionista de 1868,
de cuyas resultas Isabel II hubo de abandonar el país, vino
precedida de un vivo rumor callejero, en el que, bajo el
sobreentendido castizo de “la Gorda”, se
proclamaba a los cuatro vientos la inevitabilidad del acontecimiento.
La gente aludía a “la Gorda”,
como a cosa hecha. “La Gorda
está en puertas... Se va a armar la Gorda...
¡ya está ahí la
Gorda!...Y la
Gorda, en efecto, sobrevino en
septiembre de aquel año, bajo el pronunciamiento militar de Topete,
en Cádiz, y de Prim, en Madrid. El acontecimiento pasaría a la
historia con el pomposo sobrenombre de La Gloriosa, de efímera
resonancia, pero en cambio el castizo alias de “la
Gorda”, quedaría
para siempre en el lenguaje como forma alusiva a cualquier
acaecimiento público ruidoso y multitudinario, en especial de índole
política.
PASAR MÁS HAMBRE QUE UN MAESTRO DE ESCUELA.
Aunque hoy nos parezca increíble,
lo cierto es que hasta 1901, en que el Conde de Romanones acometió,
desde el poder, decisivas reformas en la Instrucción Pública, la
condición de la mayoría de los maestros españoles era a menudo no
ya calamitosa, sino de extrema indigencia, en muchos casos. La
retribución del Magisterio corría a cargo de los Ayuntamientos, y
dado que estos, en buena parte, carecían de los recursos necesarios,
de hecho, en ocasiones, llegaba a adeudarse a los profesores hasta
cinco años de sueldo. En tales condiciones, excusado es decir cuál
sería la penuria de aquellos hombres para sobrevivir. Algunos,
literalmente, llegaron a morirse de hambre, y otros, los más, apenas
si malvivían de la caridad pública. No es, pues, sorprendente que
llegara a hacerse proverbial el dicho comparativo “pasar
más hambre que un maestro de escuela”, que
aun hoy se mantiene en uso para aludir sarcásticamente al mal pasar
de una determinada persona.
VALE LO QUE PESA.
Entre algunos pueblos bárbaros de
la antigüedad, cuando un hombre mataba a otro, el matador venía
obligado a pagar, en oro o plata, el peso de la víctima a los
parientes de ésta. Aquella costumbre acabó por trasladarse al plano
piadoso, de tal manera que los parientes de un enfermo ofrecían a la
providencia, por su restablecimiento, el peso de aquél en plata,
cera, trigo, etc. Significado análogo tenían, y aún tienen los
exvotos, que la piedad de los fieles ofrenda a la Virgen o a algún
santo, en los templos. Asimismo, entre los ismaelitas parsi de la
India subsiste la costumbre de regalar anualmente a su jefe
espiritual, el Aga-Khan, su peso en oro. Todos estos antecedentes
dieron pie al dicho “vale lo que pesa, utilizado
para ponderar la valía moral, intelectual o práctica de alguna
persona en particular.
NO SABER NI JOTA.
La letra J, proviene de las lenguas
primitivas del Medio Oriente; (hebreo, caldeo, siraco) era la más
chica de aquellos alfabetos, por lo que el nombre de ella llegó
hasta nosotros como equivalente de cosa pequeña e insignificante. En
la escritura hebrea, además, la “iod”. la jota participaba como
rasgo inicial de toda letra. De donde el modismo negativo “no
saber ni jota”, alude a la
extrema ignorancia de alguien en una cosa determinada.
DE TIROS LARGOS.
Antiguamente, en España cada cual
era libre de uncir a su coche el número de caballerías que tuviese
a bien; pero, en cambio, nadie sino el rey y algunos dignatarios de
la Corte tenían derecho a colocar el tiro delantero a mayor
distancia que los traseros, alargándolo, al efecto, por medio de
largas correas de cuatro o cinco varas. A este tipo de arreo se le
llamaba “tiros largos”, y
el modismo pasó, por extensión, al lenguaje familiar para designar
el vestido de gala o cualquier otro atuendo ocasional, esmerado y
lujoso.