No hay nada más patoso en
política que aferrarse a los símbolos, sólo el que es capaz de moverse con
pragmatismo, puede obtener resultados. Si en cambio te encierras en ti mismo,
en tu simbología, en tu historia, y no logras darte cuenta de cuando todo eso
deja de funcionar, te conviertes en una caricatura. En algo vacío, alejado de
las personas, en el tonto útil del poder.
Para cualquier movimiento
transformador de izquierdas, es importante ser una esperanza totalmente nueva,
con una serie de valores nuevos. Debe aglutinar a la mayor cantidad de
sensibilidades sociales posibles. Pero ojo, ya que el sistema capitalista, en
su infinito cinismo, promociona y alienta una disidencia revolucionaria en
apariencia, pero estéril e inofensiva de cara a las más profundas estructuras
del Estado. Convierte una furibunda defensa de la inmigración, o un fuerte
anticlericalismo en una posición demasiado erótica para miles de jóvenes
exaltados de clase media deseosos de parecer los más subversivos. Ignorando que
una inmigración masiva y descontrolada perjudica al trabajador nacional, o
menospreciando la identidad católica de millones de españoles. El mismo sistema
que genera pobreza en el tercer mundo obligando a sus ciudadanos a emigrar
aquí, los mismos que cuando estas personas llegan a nuestras costas les
disparan, son los que a través de ese izquierdismo bobo y buenista, dicen
luchar contra el racismo y a favor de los Derechos Humanos. O los que están
deseando poner como foto de perfil de Twitter o WhatsApp un arcoíris para
demostrar que son los más reivindicativos con el matrimonio homosexual. Cuándo
lo cierto es que desgraciadamente el Orgullo lo ha hegemonizado el
neoliberalismo para lavarse la cara.
Sería de agradecer un análisis
sosegado, tranquilo, con calma, y complejo de estos y otros asuntos en los que
la izquierda tiende a cerrar demasiado pronto el debate. Complejizar es siempre
un ejercicio democrático, puesto que la sociedad es siempre confusa y
contradictoria. Hay que desconfiar del que trata de simplificar, si tiene prisa
por dar carpetazo y no estar constantemente revisando sus propias ideas,
pensamientos, y opiniones, peligro. Importante entender que aunque algunas de
esas opiniones sean vertidas con las mejores intenciones, a veces puedan
encerrar intereses totalmente opuestos a los de la persona que los realiza.
Hay varios principios que para
los movimientos populares deben permanecer innegociables. El laicismo, los
Derechos Humanos, el republicanismo, o el feminismo, por ejemplo. Ahora bien,
se debe siempre alejar de estudios simples, superficiales. No apoyar postulados
por el simple hecho de que aparentemente sean los más nobles. Dicha actitud se
parece mucho a ese beneficio rápido e instantáneo del capitalismo; llego, enjuicio
rápidamente y por encima el tema en cuestión con los argumentos que más se
acercan a los políticamente correctos, y me voy. En las redes sociales se ve
reflejado perfectamente. Con Internet hoy en día cualquiera tiene notoriedad,
ya saben.
Para triunfar en política, es
imprescindible respetar y adaptarse al carácter y la forma de ser de la mayoría
de la población. Sus tradiciones, su cultura, sus señas de identidad. Yo me
pregunto; ¿hasta qué punto es revolucionario atacar la tauromaquia cuándo es el
segundo espectáculo de masas de España?, ¿a quién beneficia una actitud de
desprecio que roza el clasismo hacia los que ven el fútbol?, ¿y ese infinito
complejo con respecto a la idea de España, en lugar de luchar por ella y
dotarla de un significado en favor de las mayorías sociales?.
A veces hay que salirse del mapa
en el que vives, y ver las cosas con perspectiva para saber cómo te ve la
gente. Y la gente en general ve a la izquierda como una tribu urbana
obsesionada con su ombligo, con derrotas pasadas, con un total odio hacia todo
lo que huela a pueblo español...ésta visión puede ser cierta o no, pero es esa.
Habrá que plantearse por lo tanto si no hay que abandonar ciertas posturas, y
luchar por crear una nueva conciencia nacional-popular, que apueste por un
proyecto de República, de justicia social, de hablar de España de una vez por
todas sin vergüenza, sin que eso quiera decir que haya que faltar el respeto a
otras identidades culturas y nacionales como las vascas y catalanas. Que tenga
al pueblo como eje central de la política, de la economía, de la democracia, de
la vida social etc., alejado de esa marioneta que en ocasiones es el
izquierdismo cuando está más ocupado en querer aparentar que en ser. Una
actitud que puede llevar al “yo” liberal más asqueroso. Y que no está lejos del
cinismo.
NOÉ HERNÁNDEZ.