ESTO ES JAUJA.
Jauja es una provincia enclavada en
el altiplano del Perú, antaño celebre por la fertilidad del suelo y
por los privilegios dones de salubridad que se le atribuían. Durante
los días de la colonización, fue lugar codiciado de reposo para los
enfermos del aparato respiratorio, de donde su fama vino a hacerse
legendaria y acabó por llegar a España, traída por los peruleros,
o emigrantes enriquecidos en aquel país. La fantasía popular
concluyó por identificar a Jauja con el Paraíso, de tal manera que
las expresiones “vivir en Jauja y ¡esto es Jauja!
quedaron para siempre en los labios de la gente para ponderar
cualquier situación de riqueza súbita e imprevista, o de simple
abundancia ocasional.
MANTENERSE EN SUS TRECE.
El origen de este dicho ha sido
objeto de encontradas opiniones. Mientras para unos procede de la
obstinación con que el antipapa español Pedro de Luna, durante el
cisma de Occidente, mantuvo sus derechos al solio bajo el nombre de
Benedicto XIII, para otros es modismo residual de un antiguo juego de
naipes, en el que, a la manera de las siete y media de nuestros días,
el número ganador máximo se cifraba en quince tantos; de tal manera
que, con frecuencia, el jugador que alcanzaba el trece, por temor a
pasarse, rehusaba a pedir nueva carta y se plantaba en ese número.
Sea como quisiera, “seguir o mantenerse en sus trece”
ha pasado al lenguaje de la calle como sinónimo de terquedad y
persistencia porfiada en una opinión o tarea comenzada.
LIAR LOS BARTULOS.
Bártulo, o Bártolo, fue un
eminente jurisconsulto italiano que vivió en la baja Edad Media y
cuyas obras, comprendidas en trece volúmenes, sirvieron de base de
estudio, durante tres siglos, a los estudiantes de toda Europa. Los
estudiantes españoles tomaban sus notas de las obras del ilustre
tratadista, y una vez concluida la clase, ataban los apuntes por
medio de cintas o correas. Al conjunto de estos apuntes se les
conocía familiarmente por el nombre de bártulos, de dónde, en el
argot estudiantil, la tarea de reagruparlos y atarlos, una vez
utilizados, vino a llamarse “liar los bártulos. Y
así, por extensión, el dicho acabó por aplicarse también a las
disposiciones y preparativos que, por lo regular, trae consigo toda
mudanza o cambio de domicilio.
PONERSE LAS BOTAS.
Hubo un tiempo en que el calzado
era signo distintivo de la clase social a que pertenecía el
individuo; hasta el punto de que entre los romanos y bizantinos
existían normas muy estrictas en ese sentido. De hecho, aquella
distinción se mantuvo a lo largo de muchos siglos, de tal manera que
mientras las botas eran de uso privativo de los caballeros opulentos,
el zapato bajo estaba reservado al pueblo llano. De ahí nació el
dicho “ponerse las botas”, utilizado
para poner de manifiesto la mudanza de quien, por virtud de un golpe
de fortuna, accedía al uso de las botas. En la actualidad, el dicho
conserva análogo sentido, bien que referido al que, por su
laboriosidad o astucia, consigue sacar pingüe provechoso de alguna
cosa.
PONER LOS PUNTOS SOBRE LAS IES.
Cuando en el curso del siglo XVI
fueron introducidos los caracteres góticos en la escritura común,
algunos copistas adoptaron la costumbre de poner una tilde sobre la i
minúscula, para evitar que la presencia repetida de esta vocal
pudiese ser confundida con la u. Pero tal innovación no fue del
agrado de todos, por lo que, para los discrepantes, hacerlo así,
esto es, “poner los puntos sobre las íes”, no
pasaba de ser una prolijidad ociosa, propia de personas excesivamente
meticulosas y maniáticas del esmero. Este concepto, sin embargo,
andando el tiempo, fue desplazado por el que actualmente tiene:
ejecutar con todo detalle lo que hasta determinado momento se hacía
de manera imprecisa.
ESTAR
A LA CUARTA PREGUNTA.
En
los interrogatorios judiciales de antaño era preceptivo formular
cuatro preguntas: las tres primeras relativas al nombre. Edad,
estado, nacionalidad y credo religioso del deponente, y la cuarta y
última, referida a las posibles rentas o bienes del encausado.
Cuando la vista concernía a persona desheredada, ésta,
naturalmente, respondía siempre negativamente, declarándose pobre
de solemnidad, y si acaso el juez, deseoso de aclarar algún extremo,
insistía por ese lado, el interesado declaraba atenerse, o lo que es
lo mismo, “estar a la cuarta pregunta”. La
expresión vino así a hacerse homóloga, en el lenguaje corriente,
del estado de indigencia o suma pobreza en que se halla una
determinada persona.