Estos versos los escribió uno de los grandes poetas de
este país. Pero como en su día no quiso que vieran la luz, no seré
yo quien desvele tan ilustre nombre.
No me sobes más, no me sobes más, que vivo en
Embajadores y me van a llegar las tetas a La Puerta de Alcalá.
Me miraste con los ojos encendidos de lujuria y de
pasión, y aunque eras tuerta de un ojo, como me miraste Señor.
Agárrame los miedos y achucha con fuerza, que todo lo
que entra sale y sale más fácil que entra.
No me molestan las flatulencias si lo que emana es solo
mío. Si los pedos son de otros el asunto ya es más jodido.
Votos de castidad te obliga tú religión, pero chingas
más que los pavos y pides la absolución a Dios. Dirás que como
hombre te bulle la berenjena, pero nadie te obligó a que fueses cura
cacho mierda.
Te huele el aliento peor que a una cabra, menos mal que
solo hablamos una vez a la semana.
Lengüetada tras lengüetada se pasaba la mañana, y no
era vicio ni sexo sino sanear a su amada. Como hojas de laurel le
colgaban las lagañas, buena moza lo era, pero vaya par de pitañas.
Ella reía y reía mientras él se las chupaba, vaya tío idiota por
mucho que la amara.
De políticos sinvergüenzas está el mundo repleto que
les roban al pueblo sino los cagan primero. Honesto hay algunos no
digo yo lo contrario, pero duran menos que aún ateo un rosario. Ya
se encargan los primeros de quitarlos den en medio porque son avaros
y malos y los buenos muy molestos.
Mi abuelo tuvo un botijo que refrescaba mucho al agua,
pero unos desaprensivos se lo rompieron en campos de Salamanca.
Después de la fechoría los pillastres salieron corriendo pero mi
abuelo les dio caza en las puertas del cementerio. De los tres
asaltantes a dos acuchilló y como estaban en campo santo allí
muertos los dejó. Él que logró huir a la Universidad llegó, pero
mi abuelo también le rindió cuentas en el primer escalón. De una
pedrada le abrió la cabeza, y entonces fue él quien salió por
piernas. La autoridades lo siguieron sin éxito alguno, con lo tuno
que era mi abuelo no dejó rastro alguno.
De día era un tipo normal y de noche un sanguinario que
se convertía en vampiro y mordía a todo cristiano. Qué chupetones
no daría que perdió los colmillos al morderle a una beata en la
puertas de un cortijo Tres transfusiones necesitó la religiosa y no
la cascó por los rezos de las monjas. Quien más rezó fue sor Luisa
que además de compartir celdas eran primas. El vampiro poco duró ya
que sin colmillos no tenía valor. La madre superiora puso fin a su
vida a éste vampiro que murió sin decoro. Murió de dos puñetazos
que la superiora le metió, y no con una estaca clavada en el
corazón.