DAR GATO POR LIEBRE.
Siempre, con mayor o menor
frecuencia, ha pesado sobre las hospederías dudosa fama, en materia
de comida. La literatura está llena de alusiones, y las más
irónicas sobre este particular. Era tanto el descrédito de esos
establecimientos que llegó a hacerse usual entre los comensales la
práctica de un conjuro, previo al yantar, en que aquéllos, puestos
en pie, recitaban así delante del asado: “Si eres
cabrito, mantente frito, si eres gato, salta al plato. Ni
que decir tiene que por virtud de este conjuro jamás llegó a
aclararse sospecha alguna de superchería, pero la expresión “dar
gato por liebre” sí se
asentó sólidamente en el lenguaje como equivalente de engaño
malicioso por el que se da, bajo apariencia de legitimidad, alguna
cosa de calidad inferior.
PASAR LA NOCHE EN BLANCO.
Conforme a los antiguos usos de la
Orden de Caballería, el neófito que se disponía a ingresar en la
Orden debía permanecer en vela toda la noche anterior a la
ceremonia, revestido con una especie de sayal blanco, que simbolizaba
la pureza de intenciones exigible al aspirante para recibir
dignamente el espaldarazo ritual. Este “pasar la noche en
blanco”, de los antiguos
caballeros acabó por transfundirse al habla popular como frase
sinónima de pasar la noche desvelado, sin dormir, a causa de
cualquier desasosiego o molestia ocasional.
DAR EL JICARAZO.
Jícara es un vocablo de origen
mejicano. Significa taza o vaso, hechos del fruto seco de la güira,
en los que las damas de los tiempos virreinales gustaban de tomar el
chocolate. Era tanta a la afición de aquellas señoras por el
chocolate que incluso lo tomaban en la catedral, durante los oficios
religiosos. A la vista de tamaño abuso, el obispo don Bernardino
Salazar y Frías, tras infructuosas advertencias, llegó a amenazar
con la excomunión a las golosas damas, pero estas, lejos de
intimidarse, no sólo desafiaron al prelado, sino que un días
amotinaron a los suyos contra él. El asunto terminó con la muerte
súbita del obispo, al parecer envenenado con un bebedizo disuelto,
bajo mano, en una jícara de chocolate. De este inaudito suceso
procede el dicho “dar el jicarazo”, como
sinónimo de matar por envenenamiento.
LOS MISMOS PERROS CON DISTINTOS COLLARES.
Sabido es que, como resultado de la
revolución liberal de 1820, el rey Fernando VII hubo de jurar la
Constitución de 1812, proclamada por Riego en Cabezas de San Juan.
Con tal motivo se constituyó en Madrid una milicia popular, afecta a
la causa revolucionaria. Pero tres años después, al restablecerse
el absolutismo, aquella milicia fue disuelta y sustituida por otra de
voluntarios adictos a la nueva situación. Cuando poco después el
rey pasó revista por primera vez al nuevo cuerpo, formado ante
Palacio, al punto echó de ver que los rostros de los gendarmes eran,
en su mayoría, los mismos de la recién disuelta milicia liberal.
Vuelto hacia uno de los gentilhombre que le acompañaban, el monarca
comentó socarronamente: A lo que veo, son “los mismos
perros con distintos collares”. La
frase real hizo fortuna y se usa desde entonces para expresar el
desencanto causado por alguna situación en la que, bajo apariencia
de renovación, se mantienen los mismos vicios y defectos que se
trataba de desterrar.
ECHAR A UNO LOS PERROS.
En la antigua lidia, cuando un toro
se mostraba remiso en embestir, se echaba al ruedo una jauría de
perros adiestrados, los cuales, a fuerza de mordiscos y ladridos,
hostigaban a la res, que finalmente era condenada a la puntilla. De
este lance, que el público solía pedir al grito de “¡Perros!
¡Perros!”, proviene la expresión “echar los perros”,
como el equivalente del acto de
acosar y hostigar a alguien en razón de su pasividad u omisión
culpable.
MÁS FEO QUE PICIO.
Picio fue un zapatero andaluz que
vivió en Granada a mediados del siglo pasado. Convicto y confeso de
graves delitos, se le condenó a muerte, pero cuando se disponía a
subir al cadalso le fue conmutada la pena. Tal impresión causo en
Picio la noticia del indulto, que en pocos días perdió el pelo,
cejas y pestañas, además de poblársele el rostro de horribles
bultos. Cuando recobró la libertad, el zapatero, horrorizado por su
aspecto, buscó refugio en la vecina villa de Lanjarón, donde es
fama que no acudía a la iglesia por quitarse el pañuelo con que
ocultaba sus deformidades. De este insólito suceso brotó el dicho
comparativo “ser más feo que Picio”, que
los andaluces, tan dados a la hipérbole, suelen redondear así:
...Al que le dieron la Unción con una caña para no asustar al cura.