ENTERNECEDOR RELATO DE AMOR.

Se amaban desde niños pero el destino no quiso que sus vidas se unieran: Ella se casó con él cartero del pueblo, y él con su prima Alejandra que aunque fea con cojones tenía mucha pasta. Un día de tormenta se fue la luz, y la mujer de él rodó por las escaleras y se desnucó. Y una semana más tarde, como por un golpe de fortuna o quizás una premonición divina él marido de ella se ahogó pescando truchas en el río. A pesar de que se tiró veintidós días lloviendo desde que los cónyuges la cascaron , ellos veían unos maravillosos rayos de sol que calentaban sus más profundos instintos carnales, y quedaron un 18 de noviembre a las once de la mañana en la tapia del cementerio para desfogar la tremenda calentura que agitaba sus cuerpos. Pero la desgracia se cebó con ellos: una prima de su difunta esposa venida desde Soria que pernoctaba en su casa y acababa de doctorarse en ginecología, no se sabe ni como ni cuando, se percató de las pretensiones que tenían los pájaros, y para que no llevasen a cabo sus malévolas ideas del fornicio y magreo, y queriendo a su prima como la había querido, mientras él dormía plácidamente la siesta agarró el garrote del abuelo, se dirigió a la cama y de varios garrotazos le partió las piernas. Él tras once meses ingresado en el hospital, y sufriendo errores, quedó hecho una mierda y durante el resto de su vida tuvo que usar muletas. Ella no pudo superar la tragedia; no fue ni a verlo al hospital, y para ahogar sus penas a los tres meses de lo que le ocurrió a su amado, se emparejó con un marinero ruso y borracho. Zarparon en un barco y en una de las travesías encallaron en el puerto de Oslo: Corría el mes de enero y mientras esperaban para que el barco fuese remolcado, una noche después de cenar estaba ella reposando la cena en el camarote, ya que se pegó un atracón de comer de mucho cuidado y tuvo el infortunio de que un oso polar se colara por una ventana y de dos zarpazos le arrancase la cabeza. Coño esto era de esperar; hay amores que matan: ella la palmó, y aunque él todavía vivió muchos años más, estuvo prácticamente arrastrándose como las culebras, ya que se le quedaron las piernas hechas un churro, y ni con muletas ni hostias a penas podía dar un paso, ya que no era persona, sino un guiñapo.